Poetas y prosistas de ayer y de hoy: veinte estudios de hisotria y crítica literarias
Categories: Literary Criticism
El volumen que ha formado Rafael Lapesa con casi sus últimos estudios histórico-literarios abarca temas escalonados desde fines del siglo XIV a la actualidad. Hay mucho que ver y saborear en el viaje: a la variedad de enfoques parciales y totales se agrega la importancia de los escritores y de sus experiencias humanas. Lo normal es la atención a textos literarios, pero no faltan extensas reseñas dedicadas a obras monumentales de investigación (María Rosa Lida y La Celestina; Américo Castro y España en su historia, etc.). Nadie se perderá por el camino, ya que estamos en el reino de la exactitud. Lapesa domina el arte de caracterizar: con rigor y sobriedad capta los rasgos escenciales de un objeto. Por encuadres, por pormenores siempre ligados a un conjunto, por contrastes donde lo nuevo sobresale entre la materia tradicional, se eleva el crítico a una interpretación coherente.
Está abierto el libro. Tomemos aquel monólogo extraordinario en que Calisto –tenebrosamente solo– intenta definir su actitud frente a la muerte de los criados. Lapesa desmonta una a una las complejas argumentaciones y demuestra cómo no son sino tranquilizadores mecanismos de defensa tras lo que se parapeta el personaje para no verse cual es, indolente, egoísta. La lengua ha servido de infalible piedra de toque para detectar verdades y mentiras. Del ciego Calisto se pasa a la ciega suma de fuerzas que se abaten sobre el escenario de La Celestina. Otros dos artículos completan la visión de esta obra genial. En cuanto a los estudios consagrados a Antonio Machado, atraen en seguida la atención: uno desentraña los símbolos capitales; otro, los más enigmáticos poemas en torno a Abel Martín y su enfrentamiento anonadante con la muerte. Si de cuestiones de estilo y sintaxis se trata, imagínese la precisión a que puede llegar nuestro filólogo (Garcilaso, Fray Luis, Góngora).
Lo que nunca hará Lapesa es ponerse en primer plano. La objetividad científica supone, para él, un diáfano cristal tendido entre la obra y el lector. Este equilibrio suyo –disciplina, pulcritud– en nada se opone a la sensibilidad poética ni a compartir comprensivamente los riesgos y sufrimientos de la creación (Quevedo, Larra, Rosalía). Son admirables las semblanzas que le inspiran dos figuras tan queridas como ejemplares: Américo Castro y Dámaso Alonso. La evocación intelectual y humana se impregna gradualmente de una intimidad emotiva que cala en el lector. ¿Y cómo olvidar los estudios acerca de Jorge Guillén, Luis Rosales, Alonso Zamora? Maravillosamente, la escuela de Menéndez Pidal sigue en primera línea. Con Rafael Lapesa –maestro verdadero– ha conseguido ganar para la ciencia nuevos territorios de literatura, de historia.