Poetas hispanoamericanos contemporáneos: punto de vista, perspectiva, experiencia
Categories: Literary Criticism
El escritor comparte su obra con nosotros –poesía es comunicación–, pero nos la ofrece configurada a su gusto. Por tanto, dirige nuestro modo de ver: «Cebolla, / luminosa redoma», presenta Neruda, por ejemplo. En el ámbito de la novela no extrañará que un crítico trate de perspectivas, de puntos de vista del narrador, de distanciamiento. ¿Y en poesía? ¿Cabe llevar al terreno lírico procedimientos válidos para la novela? En este libro, Andrew P. Debicki nos prueba a manos llenas que sí. Es más: ciertos poemas hispánicos –bastante frecuentes en los últimos treinta años– que se resistían a los métodos estilísticos y estructurales descubren con largueza sus secretos al aplicarles procedimientos de cariz narrativo.
Que nadie se haga cruces. Los géneros se tocan de cerca, aparte de que el caso presente afecta a articulaciones universales, asiento íntimo de la palabra. Sigamos. Desde cualquier poema, pues, parece hablarnos un yo poético que impone una perspectiva o modo de ver la realidad. Unas veces el poeta se identifica con ese hablante; otras se desdobla en un yo ficticio (punto de vista). Por su lado, el lector puede acercarse más o menos al hablante, verle desde dentro o desde fuera (es la distancia estética). A todos estos procesos cambiantes entre poeta, hablante y lector, cuajados de innúmeras gradaciones y matices (en lo anterior hemos simplificado al máximo), ha de atender el crítico. Así lo ha hecho Debicki al estudiar según los nuevos métodos a diez grandes poetas hispanoamericanos: Martí (siempre en cabeza), Vallejo, Borges, Pellicer, Neruda, Villarrutia, Paz, Parra, Sabines y Pacheco.
Es grato avanzar. La ceñida crítica alumbra no sólo poemas, sino libros y épocas enteras de cada autor, fundiendo valiosas observaciones teóricas con los comentarios. Claro, se trata de poemas innovadores. ¡Luces! El hablante proyecta una visión, la ennegrece –«el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas»–, Vallejo , la hace doble, cambia el enfoque, funde planos, desafina irónicamente, distancia. Para sacudir al lector, el poeta individualiza y tensa su experiencia personal. Un aire renovador llega con el tono coloquial y los churretes prosaicos, con la parodia y hasta con el absurdo. ¡Abajo la «poesía» de salón! Y es la vida oscura y ambigua, las cosas humildes, el prójimo, un esperar apenas, lo que como polvillo filosófico se filtra por los versos. Hay composiciones portentosas. Una se nos ha quedado grabada, y es de Borges y poetiza una «ironía trágica» (bien real, por desgracia): ¿para qué quería él aquella divina biblioteca cuando ya sus ojos no tenían luz? Dios –escribe– «me dio a la vez los libros y la noche».