Obras completas, II: El Conde Lucanor, Crónica abreviada
Categories: Spanish Peninsular Narrative
Por fin ha podido realizarse un viejo sueño: la publicación de las obras completas de don Juan Manuel. Hasta ahora era como si una sombra de siglos pesase sobre el gran prosista medieval. Ni siquiera el nada riguroso Gayangos llegó a editar la totalidad de esas obras, en la vieja Biblioteca de Autores Españoles. Otros proyectos se vinieron abajo, o no pasaron de los comienzos. Pero había un investigador que venía dedicando a la misma empresa muchos años de trabajo perseverante y ejemplar. Nos referimos a José Manuel Blecua. Nadie más constante en su amor a don Juan Manuel, ni nadie más autorizado para editar como es debido sus obras. Alegrémonos de que en este final feliz haya resplandecido la pura justicia.
Sí, en dos gruesos volúmenes se recogen por primera vez cuantos escritos de don Juan Manuel ha respetado el tiempo. Del tomo I podemos destacar el monumental Libro de los estados. Del II, la obra maestra manuelina, El conde Lucanor, en edición crítica. Un vocabulario y un índice de nombres propios completan el cuadro. De poco le valieron al noble autor las muchas precauciones tomadas para conservar sus escritos y mantenerlos limpios de errores. Unos se perdieron; otros se transmitieron en copias tardías y no siempre completas ni fieles. La labor de Blecua ha sido difícil y delicada. Ha manejado todas las ediciones y manuscritos conocidos, ha aprovechado las más valiosas investigaciones, ha cuidado los textos con rigor científico, reseñando las oportunas variantes y enmiendas. En sus prólogos y anotaciones se encontrará cualquier información necesaria sobre cronología, fuentes, problemas, aparato crítico, etc.
Siguiendo el ejemplo de su tío, Alfonso X el Sabio, don Juan Manuel se esforzó por pulir y hermosear la lengua castellana. Un día, a este magnate inteligente y cauteloso, hijo de un infante y con ansias principescas él mismo, se le presentó el mundo todo (y los actos humanos) como objeto de un saber metódico, racional. De un lado la historia, la religión, los grupos sociales, la caballería; de otro cosas tan placenteras como la caza, los cantares, los cuentos. Don Juan Manuel empezó por acumular y transmitir conocimientos aplicados a la acción. Su intención didáctica (romance, no latín), abierta cada vez más a los lectores y a la vida inagotable, le llevó del tratado escueto al diálogo doctrinal y, en fin, al relato literario. Así llegaría a convertirse en el primer cuentista de nuestra literatura medieval.
Raspemos un poco la corteza de aquel gran señor y daremos con un hombre de rasgos modernos. Sorprende su aguda conciencia de escritor, de la obra bien hecha, de los cambios de estilo (el breve y oscuro, el suelto y claro). De pronto se asoma, como un personaje más, a sus escritos de ficción, o propone al lector juegos con el significado. Para poder escribir tuvo que luchar y que robar horas al descanso. Antes que gemir entre sueños —como un halcón enfermo—, este «mal dormidor» prefirió describir las garzas y las aguas de la ribera. O contamos cómo los almendros floridos juegan a imitar la nieve.