La vocación teatral de Antonio Machado
Categories: Literary Criticism
No han tenido mucha suerte los hermanos Machado con su teatro, casi nunca aquilatado por la crítica como merecía. Pero he aquí que aparece Miguel Ángel Baamonde: su libro es generosamente reivindicatorio y quiere desentrañar la particularísima parte que en la colaboración dramática le correspondió a Antonio (quede para otros el campo perteneciente a Manuel, sin que ello signifique menosprecio alguno). Para empezar, el crítico ha tenido que partir de hechos y precisiones cronológicas. Según vemos, la vocación teatral de Antonio fue honda y lenta (incluso interpretó como profesional algún papelito de meritorio). Con su hermano colaboró en traducciones y en adaptaciones clásicas. Pero lo que interesa so las obras dramáticas originales que juntamente escribieron, desde 1926, fecha en que estrenan Desdichas de la Fortuna, a los años treinta. Así surgió un teatro poético, digno, entre realista y fantástico, en el que se ventilan problemas importantes.
Tras analizar, enjuiciar y clasificar estas piezas al fondo, la crítica teatral del tiempo, Baamonde acomete lo más dificultoso: deslindar lo que Antonio aportó de suyo al trabajo común. Del cotejo entre los textos dramáticos y la restante producción antoniana resultan abundantes concordancias o «réplicas» que nadie podría negar, y tanto formales como de concepto. Sobre la escena reaparecen los temas y preocupaciones entrañables de imperecedero poeta, su «ideología esencial»: amor, sueños, libertad (tan necesaria como el aire), dignidad del hombre («nadie es más que nadie»)… Lo dramático y lo no dramático se aclaran y completan mutuamente. ¿Cómo no, dada la obsessión de Antonio por ciertos temas y la continua reelaboración de los mismos? Mayores proximidades que con el verso se dan con la prosa machadiana y sus inolvidables apócrifos (Mairena, etc.).
Además, Baamonde ha analizado las teorías dramáticas de Antonio Machado y mostrado su originalidad modernísima y ciertas semejanzas con las técnicas de O’Neill y Joyce. Si se quedaron en eso, en teorías, acaso fue por timidez o humildad de su autor, quien no les dio realidad teatral ni aun en la obra que Baamonde le adjudica totalmente, El hombre que murió en la guerra. El teatro constituyó para nuestro poeta una nueva forma expresiva, quizá un remedio contra la soledad. Y el valor de estas piezas no ha decaído: La Lola se va a los Puertos, la más celebrada, como exaltación del flamenco; Las Adelfas, como indagación en el subconsciente; El hombre…, como retrato sociopolítico. Sí – opina por fin el pensativo lector– el teatro de los Machado merecía mejor suerte.