Final de fiesta: las cuentas a pagar de Carlos I
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Si los hombres quisieran evitar el estallido de las crisis, no habría seguramente crisis. Hay hombres que no las ven o no las quieren ver por mil motivos. Las crisis se detectan empleando el sentido común y respetando la intuición y el olfato. Pero nada se puede hacer para impedir que una vez desatadas, repten caprichosamente, se escapen por donde quieran y crezcan por sus propios medios.
Con México se derrumba el esquema neo-liberal que hacía sonar tambores de triunfo, casado con el modelo de los modelos emergentes y con una manera especial de utilizar la globalización financiera. México vino a demostrar que todo es vulnerable y que las leyes de la economía se cumplen inexorablemente, aunque los dirigentes gobiernen con los ojos cerrados y con políticas autistas.
Con México y mucho antes con la suba de las tasas de interés en Estados Unidos, los capitales foráneos se espantaron. No quieren saber nada con Latinoamérica por lo menos por un buen tiempo. Y bien se sabe que sin inversiones externas y sin demasiados activos que privatizar, el Plan de Convertibilidad tambalea. Es decir: tambalea Cavallo, pero se puede caer Menem. La crisis resquebrajó el sistema financiero que ya no podía seguir caminando. La “red de seguridad” dispuesta por el Estado ha forjado privilegios.
La industria fue abandonada a la buena de Dios. Pero la “red” está ayudando a una activa concentración bancaria. El tembladeral es el eje de la contienda electoral de mayo de 1995, pero sus consecuencias proseguirán a lo largo del tiempo. Si Menem es reelecto pasaremos a la etapa de “canibalización” dentro del peronismo, una pugna entre candidatos para estar en el poder en 1999. Pero la mayor desocupación, la mayor temperatura recesiva, la insatisfacción de la población, le da chances a la oposición. Ansiedad, desconfianza e inestabilidad serán los signos de estos tiempos.