El número 125
o la educación sentimental
Categories: Latin American Narrative
En la tradición literaria, el humor y el erotismo aparecen ya en los Canterbury Tales, en El Decamerón y en El libro de Buen Amor. Difícil encontrarlo en Miller, en Lawrence, algo en Bukovski, Joyce y Nabokov. En Urbanyi hay erotismo y humor. Esa aleación permite que el narrador reaccione frente a un mundo abyecto que sólo merece su desprecio; el ridículo, aún la mofa de sí mismo, plasma un entorno que se automagnifica, que se toma en serio y cae de lo cómico a lo grotesco. Porque tantos le dan una importancia aparatosa y actúan en él con tonto gravismo, con ritos degradados. La sanidad del erotismo y del humor ayuda a sobrellevar la existencia. Como nos dicen varios, entre ellos J. L. Marion: “meditar sobre el erotismo no es sino meditar sobre el hombre ya que en el amor ponemos en juego nuestra identidad”.
Hay mucho que decir sobre El número 125, su lectura será, una experiencia de la cual, el lector no saldrá incólume.
La obra de Urbani sobrepasa los tópicos que cuentan angustias, anhelos y proyecciones en tierra extraña. Hablo de una cierta literatura de emigrados que se agota en círculos cada vez más concéntricos, sin salir de ellos ni elevarse. Creo que escribir no basta, lo que le da una dimensión mayor a una obra es esa proyección; como esos rincones y hombres de los cuentos de Juan Rulfo: sitios perdidos en el mapa mexicano, son cualquier lugar del planeta y sus personajes, seres de todos los espacios. Pienso que el humor, la ironía, el erotismo, son medios que un apreciable dominio del lenguaje de Urbanyi, nos permite avizorar el estado humano recuperado en la confluencia de los elementos que lo aplastan, pero a los que el hombre quiere vencer para recuperar su humanidad. Urbanyi es un escritor marginal, está –afortunadamente- al margen de lo correcto para muchos, pertenece a un tipo, género, clase, de escritor que asume cabalmente la tarea que se ha impuesto, como dice Jünger, es “un forajido que se separa de la sociedad para vivir en los bosques del lenguaje”. (Fernando Veas Mercado)